Y esto hasta tiene su nombre de síndrome: el de Ulises, lo llaman.
"Emigrar se está convirtiendo hoy, para millones de personas, en un proceso que posee unos niveles de estrés tan intensos que llegan a superar la capacidad de adaptación de los seres humanos", dice el psiquiatra de la Universidad Complutense Joseba Achotegui.
Él y otros especialistas analizan en un volumen titulado
Transitar por espacios comunes los efectos sobre la salud, el estrés y el
quiebro físico y psicológico de la acción de migrar, la ruptura.
Y hasta habla, en boca de Teresa del Valle, de la
Universidad del País Vasco, de la existencia de otro modo de medir el tiempo:
tiempo de desarraigo, lo define. "Hay características del tiempo que
tienen relación con problemáticas concretas. La preparación para el cambio: la
salida del lugar, el duelo. La ceremonia del adiós. El tiempo de conocer cómo
navegar en los sitios. El tiempo de la nostalgia. El tiempo de los
descubrimientos. El tiempo de los encuentros. El tiempo de sentirse en casa. El
tiempo del recuerdo".
Sin ser ese tiempo dramático, lo mismo o similar cuentan
ahora muchos a través de redes sociales, aquellos que desean marchar o los que
ya lo hicieron.
Como Pablo, participante en un foro de extranjeros en
Alemania (Auswanderung Forum en 2005), que aunque escribe largo, los resume
bien a todos: "La decisión de emigrar es tan personal y obedece a tantas
razones que seguramente nadie entienda. Pero en lo que seguramente estaremos
todos de acuerdo es en que, una vez tomada la decisión, solo queda por delante
avanzar, avanzar y tratar de no mirar atrás, para no correr el riesgo de
quedarnos como estatuas de sal, petrificados y sin pertenecer a ningún sitio,
ni el que dejamos ni el que adoptamos".
Y sigue: "Muchas personas, por razones perfectamente
comprensibles, toman el camino rápido, sin analizar a fondo la decisión de
irse. Y aquí comienzan los problemas: nunca vamos a saber a ciencia cierta
quién originó el rumor de que en el extranjero se hace dinero fácil, que
enseguida se tienen autos, casas y el desarrollo personal-profesional tantas
veces reclamado en nuestro país de origen. Primera frustración: hacerse camino
en otro país, otra cultura diferente (aun en los casos de hablarse el mismo
idioma), no es nada fácil. Y no es solo sentirse un sapo de otro pozo... Si
emigraste comprando ese cuento del 'todo ya' y 'en un par de años me vuelvo con
los bolsillos llenos, por tanto ni me interesa compartir nada de esta nueva
cultura', lo vas a pasar muy mal. Si decides partir sabiendo que nada es fácil
y lleva muchísimo tiempo, tanto tiempo que la mayor parte de las veces adoptas
el nuevo país de por vida..., que dejarás atrás tu familia, tus amigos, tus
afectos, tu lugar, que vas a llorar más de una vez solo y quizá sin liquidez;
si has analizado esto y aun así decides hacerlo, entonces estás preparado para
emigrar”.
Extraído de El País. Domingo, 11 de diciembre de 2011
Reportaje: Emigrantes otra vezLola Huete Machado / Virginia Collera
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